martes, 29 de noviembre de 2011

Lo humanamente posible.

Me hace gracia cómo el cine en su afán educativo pretende enseñarnos en determinadas películas infantiles que si haces el bien luego eres recompensado. ¡Ah, claro! Entonces ¿hacemos el bien solo para esperar algo a cambio? Rotundamente creo que sí. Sé que suena egoísta, pero el egoísta es el que no sabe encontrar su felicidad en los demás.

Todo ser humano busca ser recompensado por sus actos de una forma u otra. La diferencia está en los que lo que buscan es algo superficial o material, de los que buscan sentirse bien consigo mismos. Para hacerlo más comprensible voy a poner un ejemplo. Un estudiante, cuando estudia un examen puede buscar dos cosas: aprobar el examen, o sentirse bien consigo mismo por haber llevado a cabo su responsabilidad. Así, el que aprueba y deseaba ambas cosas habrá conseguido ambos objetivos, y por ello será constante, el que aprueba y sólo perseguía ser aprobado será constante representando al sujeto egoísta, y el que quería sentirse bien consigo mismo por el hecho de cumplir con su obligación si suspende podrá sentirse frustrado, pero se mantendrá constante. Pero el que ni quiere aprobar ni quiere sentirse realizado nunca conseguirá aprobar, ya que ni siguiera estudiará.

Pues bien, sabiendo que toda persona busca recompensa por sus actos, yo interpreto que la buena persona es la que hace cosas por los demás y lo que espera a cambio se encuentra en su fuero interno, y se traduce en felicidad. Por ello esta persona será constante en su cometido. En cambio, la persona egoísta no es sólo la que no haga cosas por los demás, sino también la que con ello busque únicamente una recompensa por parte de la otra persona, sea en la forma que sea. En la buena persona, al contrario de la egoísta, no es necesario el resultado externo, y por ello si lo hay se considera como un extra. La persona egoísta, si no encuentra resultado externo de sus actos por parte de los demás, dejará su cometido. Y por ello, surge una cuestión: ¿es el egoísta responsable si las circunstancias no le han dejado ver la felicidad interior en sus actos? Porque claramente, esta persona ya llevará inconscientemente el lastre de no poder llegar a la felicidad y encima en nuestra sociedad es despreciada y en ocasiones castigada. Y ¿qué se debería hacer con dicha persona?

Te invito a reflexionar sobre ello.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Yo, me, mi, la vida.

¿Quién soy? Difícil pregunta. Globalmente se me podría considerar un ser humano más que vivirá unos cuantos años y morirá cuando éstos se le escapen de las manos. Se podría decir que visto así soy uno más, pero no quiero. Me niego a ser uno más.

Bastante claro está que en los libros de historía no saldrán referencias a mí, pero eso no es lo que persigo. A veces temo si entregarme a la música es pura química y son simplemente estímulos nerviosos los que provocan placer en mi, si entregarme al amor es entregarme a los demás con la justificación interna de darme amor a mí mismo. No sé que me depara el futuro, pero quiero tener las riendas de él. Por eso me pregunto por qué. ¿Tiene realmente el mundo algún sentido?

Muchas personas caminan perdidas porque no hallan el sentido de sus vidas. Hoy en día lo veo normal porque la sociedad enfoca nuestras vidas hacia cosas sin sentido, pero me pregunto: entonces ¿cuál es el sentido de mi vida? Y la respuesta es sencilla: vivir. Vivir una vida que es mía, que me da oportunidades y me las quita, que me hace ser.

No es triste la vida, pero tampoco es plena felicidad, es simplemente lo que quiero que sea, lo que construyo cada día al levantarme. Creo que hay una fórmula de vida, y es vivir cada día como el último, pero teniendo en cuenta no hacer algo de lo que te puedas arrepentir si te encuentras que hay mañana, y he aquí donde radica la importancia de la reflexión, herramienta para saber discernir lo bueno de lo malo, para saber que camino cojer sin necesidad de haberlo cogido. Si te equivocas aprende, que no se acaba el mundo, y si por el contrario haces lo correcto, procura mantenerte constante.


martes, 22 de noviembre de 2011

Si Platón levantara la cabeza

La famosa red social Twitter ardía la otra noche mientras nuestros dos futuros posibles presidentes se enfrentaban cara a cara. Podríamos decir que en nuestra corta experiencia política desde que tenemos uso de razón nunca ha habido una actividad tan latente por parte del pueblo hacia los comentarios de los políticos y tampoco tan directa. Si la democracia es la representación del pueblo y por lo tanto su decisión, ¿no deberíamos buscar una manera más fiable que nos contentara? ¿No deberíamos evitar ese continuo ir y venir de ataques personales, mentiras y manipulación de la información con la que juegan nuestros actuales gobernadores?

El problema principal de esta situación no es quien lleva las riendas de este Estado, sino los que formamos este país, los cuales nos conformamos con admitir que todo lo que dice nuestro político favorito es la verdad más absoluta, la cual defendemos a capa y espada y que lo que afirma su contrincante es la más sutil de las mentiras y calumnias. Somos un pueblo vago que apenas pasa del término despectivo de “rebaño” y que nos limitamos a aplaudir cuando nuestro candidato ataca con frialdad al resto de los supuestos enemigos de la verdad y a exclamar cuando el contrario realiza la misma jugada. Vivimos en una sociedad que valora más el futbol que el destino de la nación y por ello creo que se cumple con certeza la conocida expresión de que “cada uno tiene lo que se merece”

El ir y venir del bipartidismo en España desde la transición no me disgusta, pues como digo tenemos un sistema electoral que nos ha llevado a esto y si somos bipartidistas es porque el pueblo así lo ha decidido. Escucho continuamente frases como “Soy mas afín a la ideología del PP pero estas elecciones no les voto ni por asomo” o justamente lo contrario pero con el PSOE, pero a la hora de la verdad cada cual va a su vieja costumbre de rellenar el voto no con su idea de elegir al que más le gusta sino a dar su apoyo al que cree que tiene más posibilidades de ganar al que menos le conviene.

Digamos que todo ello se podría resumir en una sola palabra: “hipocresía”. En primer lugar los políticos son unos hipócritas, ya que como comúnmente se sabe dicen una cosa y hacen lo que les da la real gana. Nosotros muchas veces nos damos cuenta de ello y nos quejamos, pero de lo que no nos cercioramos es que nosotros también lo somos. ¿Por qué? Simplemente por ser amantes de la exigencia y divorciados de la responsabilidad.

Llegados a este punto uno se plantea si es la mera posición de político lo que realmente está viciado o son los individuos que la ocupan, y la verdad es que a mi pesar, me decanto por la primera. Para comprenderlo se ha de tener claro que el poder corrompe. Éste, es un atributo que el hombre posee en mayor o menor medida y que hace referencia a sus capacidades de control. Se podría decir que el deseo de poder es un camino de superación personal, y en cierto modo es verdad, ya que como ya he dicho el poder supone control, y todo el mundo desea poseer el control de su propia vida ¿verdad? El problema es cuando dicho control es sobre la vida de los demás, lo que puede hacer que su poseedor se sienta superior, y he ahí su gran defecto. Así, estando el poder viciado y no poniéndose mecanismos para evitarlo, por defecto todo candidato a él estará expuesto a todas sus imperfecciones morales.

Realmente, el sistema presente da cierto miedo, ya que aunque la gente se queje de bipartidismo y que los dos grandes partidos son unos corruptos, nadie sabe qué pasaría realmente si uno de los partidos minoritarios tan “ideales” se hiciera con el poder. Mi opinión es que tal y como es concebido el poder hoy en día no se podrá salir del círculo vicioso en el que está envuelta la clase política. ¿El problema? La falta de valores, pero eso ya es arena de otro costal.